Había guardado tú número con sólo el nombre de encabezado, “Fulanito”, me parecía más cercano, más personal, más íntimo. Te sentía demasiado como para interponer apellidos entre nuestros sustantivos.
Hoy en un desesperado arranque, tomé el celular en las manos, me dirigí a los contactos, presioné “editar”, y no lo pensé dos veces: “Fulanito de tal”, ahora serás uno de tantos.
Así empezaba el poema que nunca llegué a terminar porque en verdad no pasó lo que dice que hice. Me avergüenza, porque cuando uno escribe uno supone que de lo que está ahí algo debe ser cierto, cuando no es así, aunque conecte con quien lo lee, no funciona.
En verdad quería hacerlo, pero cuando recordaba las estúpidas conversaciones, su risa maldita, su voz, el dulce timbre de su voz, la ilusión, toda esa ilusión de la cual estuve consciente, que disfrutaba, que disfruté, lo empecé a extrañar.
Aún juego con la idea de que algún día me sorprenda con un “Hola, ¿Cómo estás? ¡Cuánto tiempo!”, y que entonces, hablaríamos hasta más no poder. Se nos pasarían las horas entre carritos públicos, metro, trabajo y baño.
Llegaría la noche, nos despediríamos, “Duerme lindo, bruja”, me diría, “Descansa, adivino”, respondería, en sueños volaríamos donde nuestros deseos quisieran, bailaríamos un poco, con todo y sus pies izquierdos, uniríamos nuestros cuerpos hasta que el calor nos hiciera sudar.
Con la piel adornada de rojo carmesí, recitaríamos a Buesa, a Drexler, a Chocolate… sonaría la alarma, 6:35 a.m. Entraría el mensaje, “Bonjour, ¿Cómo te amanece?”, se repetiría el cuento, una y otra vez, una y otra vez…
Permanece la ilusión, eso me impide dejarlo atrás. Justo cuando estoy a punto de, mi disco duro interno empieza a reproducir escenas del más allá.
Eso de que “vienes como un fantasma” es una estupidez, a mis cortos años no he sentido uno,
a él sí, tan cierto como las once caries que tengo, molestas, de vez en cuando, dolorosas, de cuando en vez.
Eso de que “vienes como un fantasma” es una estupidez. Al espectro no lo he visto,
a él por todos lados, y lo he tocado, más bien, rozado, pero del tocar al rozar no hay mucha diferencia ¿Verdad? es como comparar la neblina con una ventisca, frío, viento, humedad, uno más potente que el otro quizá, pero lo mismo es, es lo mismo ¿Verdad? He preguntado eso dos veces, que poca creatividad, lo siento…
Ya estoy cayendo en el juego de nuevo, ¿De nuevo en el juego? Bueno, ojalá no me esté
volviendo loca… ¿y si de fantasma tiene más que de ciencia? Pero es que ya he dicho que es una estupidez, y lo sostengo… ¿Lo sostengo?
Con esos juegos mentales me atormento y les aseguro que quisiera olvidarlo, pero él no quiere. Me ha atado a sus pensamientos. Mi alma se embriaga con exceso de “podría”, mi almohada despierta empapada de confusión.
Quisiera olvidarlo, pero él no quiere. Me envuelves en corrientes de dudas, batallo con miedos inventados, me aleja, no me deja ir. Quisiera olvidarlo. Mil límites hay en esta vida, vibran mis manos por el desgaste, estoy a punto de cruzarlos.
Cada que me decido a pasar página, me convierto en una fuente de versos interminables. Algún día tendré el valor. Algún día le escribiré, sin temor, “mi querido adivino, te digo adiós.”
Marifa