Recuerdo aquellos días cuando me refugiaba tras las hojas de un cuaderno de florecillas. Me impulsaba una rabia profunda hacia las cosas que entendía disparates del mundo, quería ignorar a mi corazón sofocado por dar tanto a quienes no lo merecían. Le hacía caso, algo me impulsaba a hacerlo. Esa fuerza desconocida colocaba la yema de sus dedos sobre mi espalda, acariciaba mi cien, las orejas, sostenía mis manos, así , yop atinaba a plasmar todo lo que me decía al oído.
Trataba de esconder los residuos de tinta que se perpetuaban en mis palmas, lo lograba de manera efectiva con el agua que caía de mis ojos, del lavabo y jabón de baño, de paso, enjuagaba mi rostro. Muchos de esos arranques ocurrían de noche, cuidando de no hacer ruido para que nadie robara mis secretos, esos que hoy les cuento a ustedes.
Me causa gracia el pensar que ando repartida por ahí, con la reputación de tierna paloma y miren que de volar no me canso, me hace sonreír. También me he topado con escritos de otros soñadores en lugares que hoy significan mucho.
Me place andar con lápiz y libreta en mi cartera. De vez en cuando me doy el gusto de sacarlos en donde sea, así sigo jugando con las aras del destino, me parece bonito, auténtico, orgánico, aporto de alguna manera a que todo siga su correcto rumbo.
Entre los dones que me ha dado Dios no se encuentra la buena caligrafía, con suerte logro entender a plenitud lo que quise decir. Algunos de los viejos apuntes parecen un lenguaje de códigos, otros no tiene sentido alguno. Hay unos cuantos que me dan gran vergüenza, a pesar de ello, acepto que forman parte de lo que soy.
Me asombro de lo que he aprendido, de lo mucho que he crecido desde aquel torpe poema de amor infantil. Voy a estrañar a mi libreta de boberías, mi mejor amiga, mi maestra de psicología, hasta siempre.
Marifa
Pintura: Niño escribiendo de Pablo Picasso.