Tres de la mañana, aún siento en mi espalda las patas del roedor que me hizo compañía. Se lo agradezco mucho mas debe aprender a ser menos enérgico, en una de estas me deja las marcas y ahí sí que me jodo, osteoporosis no está en la lista del seguro social. Se lo haré saber cuando retorne el día siguiente. Sobre todo reconozco que me gusta compartir col él, o ella o eso, me hace sentir que valgo la pena para algo.
Siete de la mañana. Limpio mis zapatos con el agua del contén, hubo una lluvia copiosa, me sirvió para asearme un poco. Los cartones del colchón se empaparon, mi ropa por igual. Hacía mucho frío. Pudo haber sido peor. Resolví acostándome sobre los asientos del parador, ahí no caía agua y pude descansar un poco hasta que llegó la primera OMSA. A la gente no le molesta mi presencia, ni la notan. Yo sí a ellos, más de lo que debería. La filosofía de lo que he llamado «vida», parte de los aprendizajes sobre el ser humano y sus equivocaciones. Ayer, por ejemplo, mientras me encontraba husmeando por los alrededores de una nueva cafetería, me di cuenta de algo que me enojó, demasiado. Que me hizo reaccionar de mala manera.
Debo decir que el local olía muy bien y me quedaba cerca del puente donde hago la siesta no sin antes releer el libro que encontré por unos caminos cerca de la Lope de Vega, se llama, «Manual de historia dominicana», título interesante. Siempre encuentro algo nuevo, cada vez se me parece a lo que veo en las calles de esta ciudad, pero bueno, les hablaba del puesto de comida.
Mi objetivo era esperar a que los meseros sacaran por la puerta de atrás las sobras del almuerzo. Soy muy paciente, además, tenía tiempo. En eso veo a una madre con su hijo. Él debía tener unos 19 y ella 45. Se percibían de buena posición económica, unos auténticos come mocos de oro, de esos que se encierran en una burbuja de conféti e ignoran lo que pasa a sus espaldas. Ya he estudiado a fondo ese tipo de individuos, no me agradan del todo, pero de ellos algo aprendo.
La señora le reclamaba al muchacho que debía prestar atención a su alimentación, que él estaba en edad de desarrollo (creo que lo añoña demasiado, evidentemente había pasado esa etapa) y, por último, pronunció esa frase que retumbó en mi cerebro, «el mal comio no piensa´´…
senda estupidez…
Sí, había escuchado eso antes por algún parque entre un grupo de amigos, sencillos, liberales, buena onda. Alguno de ellos lo dijo en forma de broma porque eran las cuatro de la tarde, ya casi les correspondía entrar al negocio, y como se habían pasado el descanso compartiendo menesteres esenciales, se les olvidó comer. Obvio que si no llegaban a razonamientos básicos era porque le dedicaban sus ratos de ocio al arte de las otras dimensiones, pero yo no era nadie para sacarles de su divertida escena. Les dejé ser felices, al menos ellos lo eran, por un lapso, pero lo eran.A la señora no le respondí porque su realidad bubónica no le iba a permitir comprenderme. Esa puntiaguda nariz incomodaba mis impulso. Tenía todas las de perder.
Luego de haber esperado un buen rato con el estómago sufriendo y las neuronas alborotadas, salieron los del servicio y tiraron un manjar al basurero.Yo, prudente, me detuve, aún cuando las piernas querían brincar cual saltamontes en hierva fina. Logre cruzar la calle. Metí las manos en el zafacón.
Mientras degustaba un preciado hueso de bistec con retazos de arroz y huevo, se me atoró en los dientes un pedazo de tiza, no me estorbó para nada hasta que se terminó todo. Quería un poquito más. Un poquito de postre quizás. Respire. Fue cuando me saque la tiza y la guarde en el bolsillo.
Al plasmar cada paso en dirección a mi hogar, regresaban aquellas palabras, ´´el mal comio no piensa´´… la cosa con menos lógica que he escuchado en mi vida. Sabía que me iba a costar mucho, lo sabía, pero me arriesgué y devolví en dirección al auto de la doñita esa. Nadie estaba al pendiente, no sé si deba agradecer eso, pero me facilito la jugada. Dejé que los dedos se acomodaran al trocito de tiza y coloqué la mano sobre el bonete:
´´El mal comio sí piensa, tanto que me he dado cuenta que su vida es una falsa, así como sus dientes, su peluquín, y su intento de hijo.´´
Cuando llegué a casa, le conté a mi amigo de la hazaña y empezó a saltar muerto de risa por todos lados. A mí no me causo tanta gracia, para ser honesto, me arrepentí. La realidad no está hecha para todo el mundo. Hay quienes nacieron para esconderse tras cristales blindados.
Marifa
Pintura: ´´Joven mendigo´´ de Bartolomé Esteban Murillo.