Crónica del callejón consumido

 

Se vislumbra pedazos de madera y láminas de zinc entre ropajes chamuscados, con olor a decepción.Entre escombros el lugar estaba. Nadie sabía cómo había pasado, mucho menos el porqué, una sola cosa estaba claro, los pequeños quedaron atrapados. El esfuerzo de los vecinos se vio reducido entre cenizas, resultado de la ira incontenible del fuego turbio.

«Esos pequeños», escuchaba a lo lejos, me acerqué, sin preguntar nada, continuo, «esos pequeños nacieron para la muerte, hace tres años murieron sus padres en un accidente de motoconcho. La madre estaba preñada, iban a hacerle una radiografía y el diablo hizo de la suyas, hizo de las suyas dos veces.» Así como sus palabras, se esfumó, no pude volver a verle.

El ambiente era tan desolador que hacer alguna pregunta era ser desalmado. Habían muchas inflexiones en mi cabeza, pero decidí esperar a que el destino trajera respuesta, así lo hizo.

A lo lejos se percibía una figura que venía desafiando los límites de la velocidad. La mujer llegó con el alma en la espalda, tan sofocada estaba, que con cada respirar , las lágrimas se fundían con el sudor. Súbitamente , abrió los brazos y se entregó el suelo frío. Tomó un puñado de tierra y apretó tanto que hirió sus manos, no dejó que nadie la tocase, a excepción de un hombre de aspecto amigable que al igual que ella, se encontraba chocado por la triste realidad, sin embargo, lo tomó con mayor calma, le dio un abrazo, más tierno que de pena y comenzó a caminar hacia mi.

Todos sabían que era extranjera, esa no era mi esfera, pero sintieron mi presencia como una voz de auxilio ante tal calamidad. Para ser sincera estaba igual de dolida, aún no sé porque si en 25 años de trabajo periodístico había visto peores casos.

Como si lo hubiese llamado con el pensamiento, el señor se puso a mi lado y empezó a hablar,»esa señora nada más vivía para esos niños, mata’ trabajando para esos niños», se quedó mirando un rato con ganas de que le preguntara más, no tuvo que insistir demasiado, ¿cuántos eran?, -tres-respondió- dos hembritas y un varoncito. La mayor tenía seis años y los más pequeños eran mellizos, tenían tres.´´

Un nudo se me hizo en la garganta, pero trabajo era trabajo, proseguí, «¿Y que buscaban esos muchachos solos en  casa? – Mija, no quedaba de otra. Con los afanes que uno tienen era poco lo se podía hacer. La mayor era una niña prodigio, aprendió a hacer leche a sus hermanos y hasta recogía la casa. Yo le echaba un ojo de ve’ en cuando, pero hoy se me hizo difícil», detuvo un segundo, sus facciones cambiaron, el iris de su ojo izquierdo se palideció,»- Tamo en cuaresma, el demonio anda suelto y parece que se me metió en la cabeza, ute’ me excusa, pero necesito  beber un poco de agua.» Se fue arrastrando los pies hacia el pasillo que daba con la entrada del callejón.

Eran las tres de la tarde y aún el médico legista no había llegado. Los bomberos ni siquiera la manguera sacaron, poco se pudo  hacer.»Esta es la tercera vez que pasa,» un policía vociferaba, »tengo una década trabajando aquí  y ya van diez muertos por ese maldito cable, nunca investigan, dique’ porque aquí no hay quien se meta, aquí el pobre no tiene voz. El maldito callejón, el callejón consumido nos dicen…»

Marifa

 

 

 

 

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