“A mi profesor”

Hola hermosuras!

Aquí una historia maravillosamente escrita por una amiga a quien aprecio y quiero mucho. Ella se llama Natalia Peralta, entre otras cosas, quiere ser una gran escritora, esta es solo una probadita de su talento, ¿qué opinan?

“A mi profesor”

Esto que voy a decirle lo sorprenderá a usted sin duda: lo deseo. Quizás lo deba expresar de otro modo. Después de todo, los verbos como «querer», «desear», «odiar», suelen adquirir un matiz bastante personal en cada caso. Sé lo diré de otra forma.

Me gustaría tenerlo muy cerca y mirarlo a los ojos y que usted estuviese desconcertado. Deseo quitarle sus anteojos de culo de vaso para colocarlos sobre la mesilla. Quiero que en ese momento su respiración se torne más rápida de lo habitual. Quiero que sienta caliente la sangre en su rostro cuando le quite uno a uno los botones de su camisa; como yo los quito, comenzando desde abajo. Quiero acercarme mucho, ofrecerle un beso y que usted lo tome. Y que mi boca encaje en su boca.

Quiero estar con usted y que me mire siempre. Que me mire mientras me peino, mientras me baño, mientras cocino, mientras leo, mientras escribo, mientras le hago el amor. Quiero, en definitiva, que usted me observe y trate de comprenderme. Deseo que lo intente y no lo logre.

Quiero que piense que soy una niñata. Que soy necia, imprudente e impulsiva. Quiero que critique mi forma de escribir. Que me diga que soy muy directa, muy malapalabrosa, muy sexual, muy personal. Quiero que me diga que siempre escribo de lo mismo. Quiero que sienta que tiene mucho que enseñarme de la literatura y de la vida. Quiero que sienta que tiene que cuidar de mí.

Es curioso cómo no puedo evitar tratarlo de usted, aun en mis relatos; aun ahora que le estoy proponiendo lo que le estoy proponiendo.

Espero que no tome todo esto como un chiste. Parezco demasiado exaltada por una relación que solo está en mi cabeza. Pero así soy, ¿lo recuerda? Soy aquella estudiante suya que vive dos vidas con igual intensidad (la real y la que imagina) y las escribe para no olvidarlas.

Imagino que leerá estas líneas, que sin lugar a dudas son para usted, y luego corregirá las faltas de ortografía y hará varios comentarios en los márgenes. ¿Será usted capaz? ¿Será capaz de corregir una declaración de amor como corrige nuestros textos en clase? Eso me haría mucha gracia. Después de todo es mi profesor.

Pero no engaña a nadie. Antes de corregirla, usted la leerá, y pensará que esta muchacha loca y casquivana le está destruyendo su mundo. Y, en realidad, es lo que estoy haciendo. Estoy rompiendo su vida actual para proponerle otra que me incluya.

También pensará en la edad, no por lo que lo que vaya a decir la gente, eso hace mucho que dejó de importarle, sino por el aburrimiento de tener que lidiar nuevamente con etapas superadas. Seguramente piense en mí y en la edad de su hijo y haga unas comparaciones escabrosas. A lo mejor le da por acordarse de su exesposa y cómo le afectaría que usted se acostase con una estudiante veinte años menor.

Yo quizás piense en mi familia. Mi abuela quiere que me case. Usted no se querrá volver a casar, imagino. Habla del matrimonio con demasiado resentimiento. Podría convencerlo de lo contrario, pero yo no trato de cambiar a la gente. No es mi estilo. Tampoco es gran cosa lo del matrimonio.

Dese cuenta de que usted también destruye mi mundo. Su amor me ata a esta ciudad asfixiante, me expone al juicio de los demás, me quita la ligereza de la juventud. ¿Cree que no me doy cuenta? Pero que eso no lo detenga. Venga y destruya mi mundo. Se lo ruego. Esta vida que tengo no me interesa. Me aburre. Yo deseo escucharlo a usted, que me habla con palabras cuando todos los demás se conforman con masticar plástico.

Me gusta imaginar que se siente tentado por esta propuesta. Me gusta pensar que soy una mujer que le fascina. Que le agrada mi cuerpo, mi sentido del humor, que aprecia mi inteligencia, que le conmueve mi sensibilidad, que le excita la manera en que vivo. Sé que le gusta cuando sonrío de oreja a oreja, o cuando me río a carcajadas. O quizás no lo sé, pero me gusta pensar que es así.

Además, yo soy escritora y a usted le gustará corregirme. Soy una sanguijuela, leeré lo que usted escriba, asistiré a todas sus charlas, escucharé su música, entenderé cuando me hable de religión y de política, enmarcaré sus mejores dibujos, y aprenderé lo que usted quiera enseñarme del sexo y el amor. Solo le pido que lo considere seriamente. No me tome por una loca. No se pierda esta maravilla.

Si me dice que no, esto se quedará como lo que es: un relato. Pura ficción. No habrá vidas rotas, ni planes de boda desestimados, ni ataduras, ni prejuicios, ni discusiones literarias, ni política, ni sexo, ni amor.

Si me dice que sí, por otro lado; si convierte usted este relato en una carta, si convierte esta ficción en la vida, no solo me habrá hecho usted escribir el texto más importante de mi vida sino que me haría tremendamente feliz.

Si se decide por la segunda opción (que es la que yo le recomiendo), no lo dude. Póngase en contacto conmigo e invíteme a tomar lo que sea, que yo aceptaré.

Le seré completamente sincera. Mi verdadera pretensión es que cuando pasen los meses de pasión arrebatadora y los años de amor doméstico, usted escriba sobre mí. Así podré saber qué piensa cuando piensa en mí.

Posdata: si se quitara la barba, se vería más joven y más guapo.

Literariamente suya,

Rebeca

2 respuestas a ““A mi profesor””

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