Ángel (1)

Le habían puesto Ángel, pues para ellos eso era, una figura celestial que llegó para iluminarles la vida.

Rodeado de motocicletas, ruido pecaminoso y malas compañías, Ángel iba creciendo sin rumbo fijo. Su madre era una ama de llaves a la que solo veía una vez al mes, su padre se convirtió entonces en su compañero inseparable.

Don Guillermo, trabajaba en una gomera de ocho de la mañana hasta las cinco, pero se las arreglaba para irle a buscar cuando salía del cole, a eso de la 1:30 .Cada que lo hacía la maestra guía le esperaba con malas noticias, y esa no era la excepción. Ángel le  había  escupido la cara a una niña porque no le dejaba ver lo que llevaba en la mano.

Ángel trató de explicarle a la maestra las razones de su conducta, pero ella no escuchó, nunca lo hacía. Lo llevó al banco que está a la entrada de la institución. El decidió sentarse en el borde la acera, de ahí podía ver hasta la esquina por donde su padre venía. Observa el minutero que lleva en la muñeca, era la 1:35 de la tarde.

Tienen que llevar al niño a un psicólogo, decía Margarita, su profe, lo resolveré en casa, respondía Guillermo. Ella procedió a dar razones de la retención. Visto los problemas que con reincidencia ha presentado el niño, creo que sería bueno que se quedara en su hogar una semana, para que medite sobre sus actos, expresó. Entiendo que son cosas de niños, verá, el tiene ocho, eso es normal que se enamore y quiera que le correspondan, le defendió con la sonrisa pícara que le caracterizaba. Que tantas veces había salvado al niño.

Creo que no podré dejar pasar esta, le da la mano, pase buenas tardes señor, Dios le ampare, concluyó Margarita. El camina unos metros.  Que Dios le ampare a usted, bruja  de mierda, vociferó mientras apretaba el pequeño brazo del infante. Se dejaba llevar por el viento que revoloteaba entre sus pies, aturdido en sus pensamientos se detiene, busca el rostro de su hijo, creo que tendremos que buscar otro colegio.

Ángel llevaba los ojos lagrimeados, sabía lo que le esperaba. Cada paso le recordaba lo doloroso que eran esas sandalias, las de suela de goma »samurai», exclusivas para correcciones severas. No dejaba que corrieran, tenía que ser fuerte, vale más que eso, se repetía. Valgo mucho más…

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