Los veo jugando, bailando, siendo felices sin saberlo. Llorando, porque su compañero le dijo »feo», le sacó la lengua o simplemente no le habló durante un día. Conversando sobre caricaturas, por un teléfono que no paga impuestos. Cocinando hojas, sin recetas, siendo curiosos, sin miedo, diciendo la verdad , sin segundas intenciones.
Si no hacen una tarea, el maestro se las recuerda, si tienen hambre, le dan comida, si tienen sueño, pues se duermen. Viven en un paraíso dentro de lo que es real, viajan con facilidad y nadie les reprocha porque es la edad, pero cuando les preguntas cuál es su mayor deseo responden: » ser grande». Dijimos lo mismo. Nos arrepentimos.
Cada etapa de la vida es especial, única. Es necesario que las cursemos todas con paciencia, con calma, disfrutando cada minuto. La infancia es hermosa, con sus pro y sus contras. Yo también quise crecer, hoy daría lo que fuera por un minuto en el pasado. Ubicarme en el preciso momento cuando la profe me agarró las manitas para escribir mi primer trazo. Sentir la emoción de danzar por primera vez en un recital de ballet. Dar sin temor a dar. Aprender sin temor a prender. Ser grande sin dejar de ser pequeño.
Poder retozar por toda la escuela con mis amiguitos, moverme al compás de canciones infantiles, que en la adolescencia me parecían ridículas y hoy me divierten. Hacer manualidades. Pintar cuadros cual si fuera Picasso. Ser libre. Ser yo.
Marifa